En ciertos momentos podemos cometer errores producto de nuestras mejores intenciones. En este sentido, Sócrates pensaba que nadie actuaba mal de manera volicional. Esto puede sonar algo inocente, sin embargo, utilizarlo como estrategia para no juzgar automáticamente los yerros del prójimo me parece práctico.
Muchas veces, de manera arrogante, pretendemos saber las intenciones o motivaciones detrás de las acciones de los demás. Cuando eso sucede, nos ubicamos en una atalaya imaginaria de indignación moral desde donde petulantemente señalamos las faltas ajenas. Desde el punto de vista estoico, esto produce un embriagamiento egoísta que nos lleva a la beligerancia inútil. Debemos siempre mirar con recelo nuestros señalamientos ya que, como Carl Jung sostenía, pueden ser proyecciones de nuestras propias sombras.
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