El hecho de postergar de alguna manera la experiencia de la felicidad tiene un efecto contrario. En primera medida, estamos apostándole a un futuro incierto. ¿Quién me asegura que mañana estaré vivo? Si el anhelo mantiene mi atención atada a la posibilidad de la materialización de cualquier cuestión futura, nunca habitaré el presente del que paradójicamente depende el futuro.
Hay que tener en cuenta que planear a largo plazo no está mal per se. El punto es que la consecución de dicho anhelo debe estar compuesto por pasos que van desde mi ahora hasta ese momento posible. De habitar plenamente el momento presente depende en gran medida la calidad de nuestra vida.
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